

ACRÓSTICO PARA JORGE CANCIO
Juzgo por tus ojos que impulsaste
Otra vida a nacer, como un injerto
Remoto del amor. He descubierto
Golosinas del cuerpo donde amaste
Entusiasmado a Beppe, cuyo acierto
Conozco por la magia que creaste,
Armado en su ternura y corazón.
Nido tu alma, que es rumba con pasión,
Cobijando la tierra que dejaste:
Iluminas el aire, aún conservaste
Otra cara que baila un mismo son.

José Antonio Gutiérrez Caballero
Caracas, 15 de mayo del 2005 – Miami, 2009

EL DUEN-DE LOS NOMBRES QUE HAN DE NACER
Había una vez un duen-de que sólo se contentaba con sumar amigos cada día, a quienes llamaba con sus números
respectivos (1, 18, 33, y así sucesivamente, hasta el infinito, pues se perdían ellos mismos la esencia de sus perso-numerales, mientras se fueron denominando de ese modo a falta de nombres propios como los que actualmente conocemos; tanto que, de quien les hablo era el mago número 55), y tampoco él podía decir los alias de ninguno, pues sus padres perdieron igualmente este don en una tormenta de incomunicación, al estilo Babel, que les nubló el corazón a todos y les hizo olvidar el mito de cómo debían llamarse de generación en generación, por lo tanto, cada año el mago duen-de regresaba para ver si se revertía el milagro, de ahí que él los fuera reconociendo con una simple mirada de soslayo, tratando de ver si uno de ellos había nacido con la marca del cambio o con otro sortilegio, de tal modo que pudieran compartir entre todos la maravilla de ser feliz nuevamente sonriendo y regalando dulzura a aquellos que la necesitaban, para crecer y hacerse grandes de tan sólo almacenarla en sus corazones. Como no conseguían nada de esto, los otros perso-números, enseguida se descubrían entre sí sus mayores dolores o secretos, cuando, en realidad, lo que ellos solitos ansiaban era irse juntos a la rueda de los sueños, para calmarse retozando o contándose cuántas veces el planeta Soluna visitaban.
También si la virtud volaba lejos y no regresaba por un buen tiempo, pues entonces el duen-de se ponía a reir y los miraba otra vez fijamente, dentro de sí mismos, para ver si recordaban, y hacer que la tristeza se perdiera de memoria entre ellos y pudieran vivirse de alegría sucesivamente, luego de conectarse con sus ojos infinitos, a través de los cuales todos se veían transparentes y llegaban a percibir una sonrisa dulce y pequeñita, que les brotaba por los poros e iba alcanzando el cuerpo de cada duen-de, como si les nacieran cascabeles por todos lados, que en un instante convertíanse en un manantial de estrellas que corrían a borbotones por las calles y ciudades de ese mundo particular, que no tenía nombre, porque ya saben que en sus inicios nadie se acordaba de reir, mucho menos de sus motetes y onomásticos, mientras que el duen-de simplemente les iba repartiendo su sinceridad, para que ellos mismos la usaran como quisieran, y pudieran, a su vez, transmutarla en miles de cosas buenas, sobre todo en lograr que la esperanza llegara de vuelta con el significado de las palabras y los nombres, que eran sembrados una y otra vez, pero no florecían, por no se sabe qué misterio o conjuro ancestral. Tendrían que darse a la tarea entonces de cultivarlos sin miedo al fracaso, para que pudieran ver sus frutos y comenzaran a poblar el cielo, el agua, el aire, la tierra, el fuego, la sangre, las casas y, en fin, todo lo demás viviente y sapiente, de los vocablos necesarios para ponerles nombres a las cosas y a los seres, desde ese mismo momento hasta la eternidad. Y saben ustedes por qué pudo hacerse esto? Exactamente porque este ángel duen-de, con su propio número milenario, el mágico 55 (gemelo, jimagua o morocho, quién lo sabe) les dió la llave y el secreto de las nuevas fundaciones.
Como buen mago que era, uno de esos días complicados en que nada nos sale bien, y todo el mundo dice que salimos a la calle, o a la vida, con el pie izquierdo…, pues ese mismo día de los tiempos, el duen-de les reveló el secreto de su numerado nombre, y en un dos por tres, los números empezaron a salir de sus escondites y a volar dentro de un profundo y enorme torbellino sideral. El mago se los dijo pausado y sabiamente, para que todos pudieran aprenderlo de memoria, como salido de una cadeneta de palabras o acaso enredado en un inmenso cordel, de ésos de los que se cuelga el mejor papalote de nuestros sueños, para poder volar como la misma esperanza, que todos pensaban debía estar en camino de volver, pues era la única manera de acabar con la tristeza de no ser y el enigma de quién ser. Por eso, el duen-de 55, sintió la marca aquel día en su piel, como no la sintió nunca ningún otro ser. Quién lo iba a decir, y quién lo podía saber. Él era el elegido, y no debía temer.
Ahora se atrevía a decirles, por todos, de una vez: «Mi nombre es Jorge, saben? Así lo dice aquel que trabaja la tierra, y la siembra también. Soy el agricultor, porque hoy es el día de San Isidro Labrador». Y claro que así era, pues él, aunque no se dieran cuenta, cada vez que se reunían, les llenaba sus corazones de alegría, y muchos reían y soñaban a través de él. Cuando el duen-de terminó de decir esto, el universo se abrió en dos, y como por arte de magia, empezó de nuevo, sin saber por qué o de dónde provenían, el juego de los onomásticos y los alias por doquier, que como un castillo de naipes, a punto de caer, pero al revés, comenzaron a escucharse y a cantarse, como una cantaleta, una y otra vez:
—Mi nombre es Jorge…
–Y el mío es José…
–Yo me llamo Patty…
–Y yo, 66…Ay, no, disculpen: Mi nombre propio es Inés, y mi hermana es Luz, y este primo, Samuel.
Había comenzado el eterno zigzagueo de voces y de nombres, que atravesaba al mundo por doquier. El milagro estaba en pie y se estaban conociendo alegremente, impulsados por la fe. Todo esto era gracias al duende 55, que era un mago sin saber. Un gnomo cuyo nombre sería acaso Jorge, pero también podría ser Jesús, María o José. Era amigo de todos y, por supuesto, de él, porque no escatimaba en darse a conocer, y en ayudar a todos, como era su deber. No era un duen-de encantado, ni algún número diez, era el don de uno mismo, que tememos saber, porque a menudo el miedo nos impide valer, y hasta reconocer nuestra historia al revés. Seguro lo leíste hace un tiempo tal vez: Era un duen-de veras. Un simple niño grande de la cabeza a los pies, que armó los cumpleaños, para que cada ser pudiera festejarlo como un niño también, que aunque crezcan y crezcan, los adultos con él, el mago marca el límite entre el ser y el no ser, incitando a los otros a jugar su papel como protagonistas de su vida, a saber, por los duen-des que han hecho sus historias también. No olvides, cada vez, que armas un festejo en tu casa o cualquier vecindad, hoy o ayer, se aparece este duen-de, haciéndonos saber que la alegría es clave para poder volver a ser un niño grande, de la sonrisa a los pies.
JOSAN CABALLERO.

OTRO REGALO DEL DUEN-DE MENOR
Alrededor del nombre JORGE y sus significados

DESCRIPCIÓN
Significado: Hombre del agro. De origen griego.
Características: Es franco, comunicativo y lógico. Le gusta que le hablen con la verdad y no le da vueltas a las cosas. Es decidido y cariñoso con sus afectos.
Amor: Es protector y le da mucha importancia a su vida sentimental.
Fecha: 23 de Abril (San Jorge).
Personajes célebres:
Jorge Amado (escritor).
Jorge Luis Borges (escritor).
George Washington (ex presidente de los EE.UU.).
Georges Seurat (pintor).
Conocidos y famosos:
George Harrison (ex Beatle).
Jorge Negrete (artista mexicano).

Tomado de: http://www.tuparada.com/nombres/detalleNombre.aspx?n=Jorge&id=2956&idletter=996&cletter=J
Escrito por Josan Caballero, cronista menor de la corte de los duen-des hechos sin derechos, el 15 de mayo del 2009.
Fotos: José Antonio Gutiérrez Caballero.













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