Por JOSAN CABALLERO.
(Segunda parte de un poema, 38 años después)
LA EDAD DEL LOCO ES UNA COSA SERIA
Dicen que nunca
segundas partes fueron buenas
mas mi visión podría ser hoy
más que una cosa seria.
A los veinte parecía mucho más
que eso y hasta remontaba
el destino cual un gato fino
que apenas salía del tibor
con sus siete vidas intactas
a punto de estallar en plenitud.
Lo que parecía cosa seria
a los veinte me permitió
renovar mi rama fresca
pues quería sitiar la primavera
pero ella siempre
se salió con la suya
y nos dejaba en medio de la calle
con nuestra ciudad a cuestas.
A fin de cuentas la familia nos bastaba
aunque nunca sobraba cómo armarnos
pero sí para almarnos de una vez
y por todos
con la primavera caminándonos
de la piel a los ojos.
A los veinte por ser
la cosa ya tan seria
me iba enamorando
de las palabras con su música
y las quería acosar entre las ramas
de un árbol que trataba
de encontrar su madurez
en realidad frondosa
dentro del terreno más
baldío del país
con un río reseco
donde no escampaba nunca.
Tenía muchas cosas por decir
pero se agolpaban tanto
que no me dejaban respirar
sino gritar de vez en cuando
mientras el miedo y mi padre
agotaban mis ganas de sobresalir.
Sólo podía improvisar
con algo de otras musas
porque la mía era
verdaderamente otra música
difícil de atraer o interpretar
ante los bullicios de una ciudad tan muda
que mudaba sus consignas
como a sus hijos de memoria.
Lo único bueno que hizo la ciudad
fue guarecernos en el nosotros
para luego dilapidar las conciencias
y las individualidades:
Unas más que otras
pues siempre hubo alguien
que no pensaba ser
más que ninguno
además de la suma de sus partes
pero se negaba a ser uno más
en medio de aquella cosa seria.
A los veintisiete ya no era
la cosa tan seria pero
seguía pintándose como tal.
Bienvenida la edad de la avispa
que era como ir
picando nuestra felicidad
en cualquier parte
hasta sumarnos a la equidad creciente
que nunca nos servía para nada
salvo en señalarnos cual rival.
A los cincuenta y cuatro se hacía la cosa
mucho más seria sin saberlo:
La edad de las flores y del sueño
en medio de aquella pesadilla grupal
nos hizo transitar la vida
a la mitad del tiempo
reconociendo un tanto
el corazón de las cosas
cuando desconocieron
las cosas de nuestro corazón.
Los amores transitaban
mas no eran para uno en singular.
Y eso sí que se hizo
una cosa muy seria
para el menos común de los mortales
que atravesaban sin saber
por la ciudad desmedida.
El viaje no era más corto ni más largo
pero a menudo se hizo intransitable
y mucho más feroz.
El corazón deambulaba
sin estacionarse pues había
puras estaciones de contaminación.
Aún no existían marcapasos
pero teníamos que cuidarnos
de la conjugación
de verbos con saliva
y hasta de la precipitación.
A los cincuenta y nueve la seriedad existe
pero ya no es la gran cosa
sino que se presenta
en estado de suprema locura.
La ciudad es hoy un manicomio
con las puertas abiertas
y permanecemos descubiertos
por múltiples manías:
Los ángeles copulan con
demonios escondidos más allá
del pabellón donde hay insignias
que no caducarán
pues les conviene
asegurarnos su demencia.
La vida se ha vuelto impostergable
mientras la enfermedad de vivir
hay que curarla a diario
ya que mañana puede
no ser el día de salir o de-volver.
Somos locos que vivimos de memoria
más que de recuerdos intransitables:
La cordura es también parte
de nuestra alucinación;
Caminamos adelante
con la mirada atrás como anteayer
porque ya no pensamos
en la seriedad de esta vida
sino en el más allá
que está muy cerca de nosotros:
Tampoco nos atamos
al bien o al mal
que es uno solo
mirándonos
viendo qué hacemos con él
mientras él hace por nosotros
y además con nosotros.
A los cincuenta y nueve qué locura:
La demencia como la riqueza
están repartidas
en partes desiguales
sin necesidad de armonía.
El bienestar existe
menos que la pobreza.
Los seres humanos no
lo somos tanto
pero exigimos nuestra
cuota diaria de derechos humanos.
Nuestro cincuenta y nueve
va acercándose
cada vez más a un serio
revés con su derecho:
Con qué derecho o izquierdo
queremos arribar
a nuestro sesenta y nueve aniversario
si aún no sabemos que
fuimos bendecidos
desde nuestra niñez en pubertad.
Nuestro libre albedrío
en qué nos convirtió o convertirá.
Qué número de qué charada
será nuestro símbolo realmente.
Cuántos números nos sobrevendrán
porque esta realidad es una suma
de cifras incoherentes
y nosotros vamos por ningún lado
con números aparentes:
Personas que sobreviven dislocadas
en esta insuperable enfermedad
que es el vivir
saldando cuentas para nada
viviendo para sobremorir
pues al fin y al cabo no sabemos
la seriedad de morir como vivir:
Si fuimos subidos a bordo
por nosotros mismos
o somos aquellos que debemos bajar
sin haber sido aún bienvenidos
a la mitad de un mal
que es nuestro bien
sin viceversa.
En el más dislocado
naufragio de mi vida
sin barcos de papel que me conduzcan
al otro lado de mi sobrevida
estoy mirando que el delante
jamás me lleva al frente
pero hay que ser optimista
con la mirada atrás
–sin retroceso
ni para tomar impulso—
pues podemos caernos
sin haber llegado
al destino que creimos merecer.
A los cincuenta y nueve la ciudad
es más que un manicomio
con las puertas abiertas
en donde nadie entra o sale
si no cambia sus camisas de fuerza
porque la vida es una seria astucia
que hay que aprender a vivir
mientras maduramos
los huesos del alma
para levantarnos
o vencernos de la intimidación
pues al parecer los seres
humanos no estamos
preparados para merecer
esta cosa tan seria que es la vida
sin saber que puede
llegar a ser para nosotros
los inefables pecadores
de este ambulante manicomio
que dice ser una ciudad
cuando a menudo se transforma
en un implacable infierno terrenal
entre puertas abiertas
con el deficiente beneficio
de un desconocido purgatorio
o la inmerecida resurrección
que jamás nos convoca.
Miami, 27 de septiembre del 2018
José Antonio Gutiérrez Caballero.
LA RAMA FRESCA
(Primera Parte del poema 38 años antes)
I
A los veinte –parece cosa seria-
ya estoy asomando las narices
donde no me llaman
y sigo el rastro y el fruto
de este tiempo sigo
al árbol que se descubre
en cada amanecer de mi país
con sus avisos equilibrando
la tierra que se inclina
para dejarnos pasar
con sueños arropados
de violencias y dulzuras.
A los veinte la primavera
detiene su mirada
para contemplarnos
y continuar el aroma de los parques
y la veo pasar vertiginosa
y no le digo nada y tira
globos de colores al aire
sonrisas y gorriones caen
como si un puñado de vidrios
vinieran a traernos la suerte
y la sombra y la esperanza
para estos breves compases de reloj
donde todo es terrible y exacto
y no sabemos
quién venga a buscarnos
o qué habremos de encontrar.
Primavera llega y se desnuda
anunciando que está de nuevo
entre nosotros y sonríe:
No la dejo escapar porque no sabe
cuánto la necesito
para abrirme paso en la palabra
fundir mis rayos al poema
durar como el relámpago:
Segundo y nada más.
II
A los veinte –parece cosa seria-
me veo antologado en hojas húmedas
de gustos y disgustos de la gente
acaparando el dolor de los demás
golpeando mi dolor con el de otros.
A los veinte mi vida
-pedazo de universo-
saca a diario matices:
Un satélite amando
y desamando:
Armando y desarmando como todos:
Pincel que pierde virtudes
y vuelve chamuscado el lienzo
sin dañarme la sombra
que peca de infeliz
porque el amor como el dolor
van dentro.
Cuando no estoy asombrado estoy ausente.
Ciudad de La Habana, Cuba,
27 de septiembre de 1979.
Del poemario ROMPECABEZAS,
escrito entre 1971-1979,
y aprobado para ser impreso en 1979,
por la Editorial Letras Cubanas,
en su colección Poesía,
cuya edición comenzó en 1984,
y terminó de imprimirse en junio de 1993.
Miami, 2 de octubre del 2018.
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